domingo, 20 de diciembre de 2009

De la realización personal

Última foto conocida de Douglas, Marzo 1984


Hay ocasiones en las que uno recuerda estar tomándose unas cervezas y, así, como si nada, de un momento a otro, ya no tiene pantalones.

No hablo en sentido figurado. Es verdad. Además, siendo sinceros, mi personalidad está muy lejos de ser catalogada como estoica. Estoicos fueron aquellos pantalones, que traje puestos desde que Douglas y yo empezamos este viaje y que seguí vistiendo luego de perdernos y seguir cada quien por donde pudo. Así hasta anoche, que me encontré dando tumbos a la orilla de la carretera y con una trusa anaranjada para taparme la vergüenza.

¿Bueno y qué hago yo hablando de vergüenza? Es muy poca la que tengo, con y sin sentido figurado.

Por mi falta de vergüenza me treparon a la patrulla y por eso mismo iban riéndose todo el camino. Me aventaron en la comisaría de la Delegación Plutarco Patrias, donde el celador y su mujer se comían unos tacos de mole. A mí el mole siempre me ha causado agruras así que no los vi con buena cara. No se atrevieron a registrarme antes de conducirme a la celda, pero sí se atrevieron a hacer chistes sobre eso. Algunos de ellos tenían gracia.

Después de estar veinte minutos con mis piernas embarradas en ese piso frío y chamagoso, la Señora Desiré, esposa del celador, se cansó de andarme viendo los muslos y me llevó algo para taparlos: un costal para basura. Pasé la noche así, envuelto en el polietileno y contando las veces que el arborícola que tenía como compañero ayudaba a nuestros antecesores a forrar con flemas la pared. No le dirigí ni una sola palabra. Me preguntó, al llegar, que por qué no traía puestos los pantalones. Luego me preguntó qué había hecho para que me encerraran. Al ver mi desinterés sólo recurrió a mostrarme los puños de su camisa, que estaban manchados de sangre. Después me dio la espalda y se puso a escupir.

Al amanecer me sacaron de ahí. Si no lo hacían, se habrían visto obligados a darme de desayunar. En lugar de eso me dieron una toalla vieja y desteñida: “Póngasela alrededor de la cintura si no quiere volver a pasar aquí la noche”, me dijo el guardia. Mientras lo hacía recordé una frase que Douglas repetía frecuentemente: “un hombre de verdad siempre trae consigo una toalla”.
Así, pues, llegué a la cárcel como un borrachín en calzoncillos y salí de ella siendo un hombre de verdad. Es más, no sé si haya sido por olvido o por pena, pero me dejaron llevarme hasta el costal. ¡Ahora hasta trabajo tengo!

La verdad nunca me había preguntado cuántas horas componen una jornada laboral. Ya tendré tiempo para investigarlo. Mientras tanto voy a recoger latas durante… no sé… tres horas. Después voy a comprarme unas cervezas.

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