lunes, 14 de diciembre de 2009

Migración de Escarabajos

¡Se te ven los mocos, McCartney!

Sonaba una canción de los Beatles y aventé el estéreo por la ventana. Preocupado, al seguir rechinando en mi cabeza esa melodía simplona, me asomé por el balcón. Ahí estaban los dos; mi estúpido vecino sacando su coche con la música a todo volumen y mi equipo de sonido hecho pedazos. Lo estuve observando, oculto entre las buganvilias: terminó de cerrar su portón, sacó de la bolsa de su camisa unos lentes obscuros y se arrancó quemando llanta. —¡Pedazo de homínido! — pensé en ese momento: con mi estéreo se fueron cinco de mis mejores discos, todos ellos rarezas invaluables.

Poseído por la furia y cobijado por un silencio lancinante, corrí a mi armario a buscar mi rifle de diábolos. Lo habría matado a cachazos de no haberse ido, lo juro. Regresé al balcón hecho una bestia, sin tener un blanco en mente. Luego lo vi a él, a McCartney paseándose campante, con su caminar torpe y su mirada inexpresiva, por los rincones de su cochera.

Apunté el arma meticuloso, pero me temblaba todo el cuerpo y erré algunos tiros. McCartney craqueaba desesperado, pegando saltos afligidos, tratando de emigrar al sur o a donde fuera. Entonces le dí en el ojo. Fue al sexto tiro, si mal no recuerdo, el proyectil le atravesó su pequeño cráneo y él siguió pataleando en el suelo. Los otros diecisiete disparos al vientre fueron innecesarios, lo reconozco, pero no tenía otra forma de desahogarme. Además la vista era divina, con las plumas de McCartney descendiendo suaves, como queriendo adornar su cuerpo ensangrentado.

Entré eufórico a la casa, victorioso, dispuesto a beber dos jarras de café acompañadas con algún disco de Philip Glass. Me deprimí un poco al encontrar una repisa llena de polvo donde antes estaba mi estéreo, pero no dejé que muriera mi chispa. Puse el café y tomé de nuevo el rifle —aquí lo tiene usted—y salí al balcón a dispararle a las palomas, torcacitas y petirrojos que se atrevían a pasar por mi campo de visión. Luego recogí sus cadáveres, que eran seis, si mal no recuerdo, y los aventé a la cochera de mi vecino.

Cuando él regresó y encontró su cochera convertida en un panteón avícola, no pude evitar soltar una carcajada. Entonces vino usted a tocar a mi puerta diciendo que quiere arrestarme. —¡¿Cómo se atreve?! — yo me pregunto. Éste orangután mató a Paco de Lucía y a Jan Akkerman juntos por única vez, uno un virtuoso de la guitarra clásica y el otro del rock psicodélico. Mató a todos los integrantes de Puppenhaus, de cuyo único disco solo habían sesenta copias en el mundo—y ahora cincuenta y nueve. Mató a John Coltrane y a Ginsberg recitando con una improvisación de jazz de fondo. Él mató a todos ellos, ¡Ilustres! ¡Genios! ¿Y el que se va arrestado soy yo?

¡¿Yo que sólo maté a un pinche pato?!

1 comentario: